Como en décadas anteriores, en
Piura (Sullana, para ser preciso) se formó un movimiento cultural contestatario
y clamando contra la sempiterna argolla literaria que –malhaya suerte– hoy continúa en Piura y
en Lima con poetas-jurados-decanos-funcionarios y con poetas-editores con mala ortografía (y fe). El movimiento estuvo
conformado por poetas, narradores, pintores, músicos norteños. Sacaron un
fanzine anárquico-parricida. Ángeles del
Abismo se llamó. Surgió a mediados de la década de los 90 cuando reinaba el
tristemente célebre tándem Fujimori-Montesinos. Honradez,
tecnología y trabajo y todo ese
rollo barato para mercantilistas y emprendedores casposos. La década del Chino
y los escritores que lo apoyaron ciegamente siguen pasando piola. Pero, sigamos
hablando de los ángeles barbados y sin barba de Sullana. O dejemos, mejor,
hablar a sus protagonistas directos. Ad líbitum.
Ángeles del Abismo: testimonio
de una década
Este es un testimonio de parte que puede resultar subjetivo e impreciso,
pero es eso: un testimonio desde la óptica particular de alguien que fue parte
de un proceso y tiene algo que decir como juicio de valor y balance puntual.
Los Ángeles del Abismo cumplen con su presencia –en nuestra provincia y
sólo en nuestra provincia– el requisito básico para ser considerados dentro de
la generación de los años 90 en el ámbito de la creación artística.
En el contexto regional hay una continuidad en la tradición literaria de
casi tres décadas, desde finales de los años 60 hasta la actualidad. El colectivo
artístico Ángeles del Abismo, por lo tanto, se inscribe dentro de ese proceso
aportando su particular forma de ver el mundo y su interés por construir un
lenguaje o código artístico en consonancia con el tiempo y las circunstancias
que le tocó vivir.
No sería objetivo hablar de los Ángeles del Abismo sin hacer referencia
a otros grupos o personas que, de alguna manera, hoy podemos considerar referentes
o, en el mejor de los casos, compañeros de ruta. Porque si hablamos de proceso,
hay que apelar a todas aquellas personas, hechos, eventos y estados anímicos
que coincidieron o se suscitaron para dar origen a una determinada
circunstancia artístico-cultural. Concibo que somos parte de un proceso en el
cual está inmersa mucha más gente de la que habitualmente se cree. Sería miopía
y egoísmo no valorar el aporte y aliento de otras influencias y motivaciones como
la narrativa de Víctor Borrero, la poesía de los años 80 de Lelis Rebolledo,
Róger Santiváñez, la poesía de José María Gahona, el trabajo literario y el
estímulo de Carmen Arrese; la compañía y complicidad de otros grupos literarios
locales que irrumpieron en los años 90. No podemos hablar de nuestro grupo sin
referirnos a todo lo que fueron las inquietudes artísticas de aquellos años.
Hubo mucha inquietud creadora. José Díaz Sánchez hace bien al referirse a ese
momento como una “eclosión de grupos y creadores”, porque en realidad fue el
surgimiento de muchos jóvenes con inquietudes literarias, pictóricas,
políticas; algunos –como es lógico–
ahora solo recuerdan ese tiempo como de bellas inquietudes, pero otros
perseveran aún en su convicción y vocación artística. Y son precisamente estos
últimos los que hacen posible este testimonio.
Uno de los eventos más bellos que me tocó vivenciar en Sullana fue la exposición de literatura que
Carmen Arrese montó en el hall contiguo a la biblioteca de la Municipalidad de
Sullana el verano de 1997. Fue bello porque habían dispuesto –en mesas y
paneles verticales– libros, revistas, poemarios, plaquetas; toda una colección
de poesía y narrativa actual. Para mí fue un hallazgo memorable ver tanta
poesía junta y enterarme de que existía gente interesada en difundir
literatura. Allí encontré la plaqueta de poesía angelabísmica “El fósforo insomne” que se constituyó en la
punta de la madeja que, tiempo después, me llevó a conocer a los poetas Ricardo
Musse, Lelis Rebolledo y Justo Gómez; a los pintores Luis Ordinola, Martín
Mamani, y Antonio Peralta, al narrador Elber Agurto; a José Díaz Sánchez ya lo
había conocido en Trujillo algunos años antes.
Los miembros de la Estirpe generacional –como catalogó Ricardo Musse a
nuestro grupo– constituimos, en su momento, un grupo de artistas jóvenes
vinculados por afinidades etarias y amicales que sentimos la necesidad de
articular un discurso, una propuesta, una actitud.
Martín Mamani formuló en una conversación de amigos que tuvo lugar algún
día de finales del año 2004 una pregunta que creo pertinente abordar aquí:
“¿Existen aún los Ángeles del Abismo?”. Pienso que ya no existe como
agrupación, porque el impulso de aglutinación primigenio ya cumplió su ciclo,
puesto que ha tenido lugar una suerte de desbande de varios de sus miembros.
Pero para entender mejor este proceso de dispersión o extinción del grupo es
necesario efectuar un ejercicio retrospectivo.
Hagamos memoria. La génesis del grupo se remonta al 14 de febrero del
95, día en que se presentó el fanzine o plaqueta de poesía Ángeles del abismo en un concierto de rock en Piura. Lelis
Rebolledo, José Díaz Sánchez y Jorge Castillo Fan fueron los que publicaron en
ese fanzine. En aquel año se impulsa una actividad artística muy intensa, se
suscitan circunstancias que propician asumir actitudes irreverentes y
contestatarias propias de la edad juvenil.
Para el año 1998 el grupo estaba diseminado o desarticulado. Fue a raíz
de la muerte del poeta Ricky Jesús Espinoza (abril del 98) que se inicia la
segunda etapa vital del grupo. Una suerte de continuidad y clausura. En esta
nueva etapa nos incorporamos Cosme Saavedra, Ramiro Rosas y yo; pero ya habían
marcado irreversible distancia Jorge Castillo Fan y Martín Mamani.
Entonces, para completar la respuesta a la pregunta planteada por Martín
Mamani, diré que ya no existimos como grupo porque desde el año 2003, momento
en que algunos nos convertimos en “Ángeles Domésticos” (sarcástica definición
de José Díaz Sánchez) se registra una segunda y definitiva ruptura entre los
miembros del grupo, una especie de distanciamiento cordial y paulatino
deterioro del grupo como núcleo para el desarrollo de propuestas creativas. Es
decir, que ya cumplió su ciclo y cualquier prolongación de su existencia no
pasaría de ser meramente una construcción artificial.
César Gutiérrez Alva
Los Ángeles del Abismo: el fuego
creativo
Procedemos del fuego. Constituye el contenido eterno de nuestras
intuiciones. El arrebato del espíritu impulsa hacia las entrañas de lo
existente. Se dirige en busca de su consanguinidad, hacia las esencias. Su
vinculación viene determinada por el anhelo compulsivo de endoscopiar la
realidad.
El arte fidedigno se sostiene sobre lo imperceptible. Demanda
desprendernos de la habitualidad, asumir el estoico devenir de su naturaleza.
Porque el arte se despliega en arreglo a su infinitud. No es inherente a su
trascendente configuración cesar su ardiente desenvolvimiento. La plenitud
artística se soporta sobre la obstinación por explorar, utopizar aquello
compatible con nuestra condición llameante. Porque el espíritu nuestro es un
incontenible arder vital. Es una térmica sensibilidad flamígera.
Colapso/redención. Caos callejero/armonía óntica. Conciliación de los extremos.
Revelación plasmática de nuestros impulsos. Incandescencia vital.
Sacrificio-redención de insondables honduras heredadas. Permanencia de los
sueños edénicos. Inconmensurabilidad para extraer de la palabra la vibradora
esencia de su intimidad.
El arte en su búsqueda obedece a su innata disposición de retornar a su
originador. El encuentro procrea la incendiaria intensidad de la obra
artística. En ella se halla impresa lo que de nuestro interior se ha libertado.
Hemos volcado lo que energiza la actitud etérea nuestra. Cada verso, por eso,
enciende nuestra epidermis, nuestra conciencia y nuestra nutritiva intuición.
Es palpable que en cada obra angelabísmica hallarán los rezagos de un abismarse
eterno, la potencial cuerda suicida, la eclosión auroral de la esencia, el
intento vano de disipar gemidos fuertemente adheridos, el postulado de mirar
fijamente el Sol debajo de los almendros, la sensibilidad extraña y hasta
huraña al sentido común, las aberraciones del mediodía, el silencio que emerge
desde lo inédito, la alegoría de la vida, las regiones astrales infinitas del
cielo y la mierda callejera de pájaros marginales.
El fondearse dentro de la radicalidad vital supone intemporalizar el
obrar creador. El nutrimento del artista lo constituyen las fervorosas
experiencias, los alaridos cotidianos, las fugaces albricias y las patológicas
certidumbres de la existencia. Al fraguar su obra el artista queda
transitoriamente descolmado. ¿Qué debe hacer entonces? Su innatismo lo empuja
hacia sus fuentes nutritivas. Ahondándose dentro de las entrañas de la
realidad. Colmándose mediante su insaciable dieta vivencial. Precisamente en
esta disposición se fundamenta la vitalidad artística.
Nuestra estirpe generacional “Ángeles del Abismo” edifica sobre el
cimiento de principios vitales su templo poético. El batallar de una visión
dialéctica en el espíritu, el concebir un arte que destituye la debilidad y la
cobardía y la inconformidad destructiva de acometer nuevos paraísos forman su
esencia concepcional. Los destellos erupcionados por el espíritu artístico
conspiran, de modo reivindicativo, contra tronos y falsos pedestales.
Exacto: Procedemos del fuego. A él ritualizamos. Nuestra escritura
contiene su genotipo. Escritura evolutiva. Escritura respiratoria. Nuestras
ariscas convicciones constituyen el idioma de su naturaleza. Es verdad: El
fuego epocal nos engendró: A la estirpe generacional. Inmersos de eternidad,
los Ángeles del abismo llamearán por siempre –como dice el filósofo José Díaz
Sánchez– el fuego creativo en transmutación ascendente.
Ricardo Musse Carrasco
Poeta Ricardo Musse después de quemar toxinas con noble balón
Gracias marlet por difundir
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