Yachaq grafiti

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jueves, 4 de octubre de 2018

Cortometraje

El tío "Cutra"

    Asistir a un centro educativo escolar en el segundo año de secundaria era empezar desde cero, pues me había matriculado con el fin de aprender mejores cosas y tener, en efecto, una mejor calidad de enseñanza por parte de los profesores. Conocí una nueva infraestructura y amplios salones, así como a distintos jóvenes que en más de una ocasión me los enfrenté, pero también compartí curiosos y jocosos momentos. Tenían ya formados su grupos, algunos eran huraños, agresivos, franeleros, mitómanos, homosexuales, embusteros, plajeros, entre otros contemporáneos que formaban parte de la farándula parroquial, "San Judas Tadeo".

    Recuerdo que el dueño de dicho colegio era el padre Paolo, otrora señor de la tercera edad, de carácter férreo y mirada hostil cuando formábamos fila, sobre todo, conocido por sus famosos cachetadones que les propinaba a aquellos estudiantes cuando cometían algún acto de malcriadez o indisciplina. El sacerdote falleció, me contaron después, al año siguiente. Si bien es cierto, ello suscitó una pena para algunos, pero un regodeo y algarabía para la mayoría que se dedicaban a pasar las materias por "agua caliente", y hacer bullying a incautos compañeros. Y saber que ese extranjerismo, palabra acuñada hoy en día, no tenía la menor relevancia y conciencia en los castrenses cerebros de docentes y autoridades de aquellas épocas, en las que paradójicamente se perpetraban excesos y abusos en los interiores de los retretes y salones fuera del horario escolar. Y hubo alguien que no podía ser la excepción, por lo que se me viene, de facto, a la cabeza un profesor de educación física que contrataron a mitad de año, un personaje mórbido y bribón que frisaba los 40 años, y que al principio no parecía matar ni a una mosca. A este señor le apodaban el tío "Cutra". Aparte que fomentaba la indisciplina y la mofa colectiva, era un comechado y pendenciero de aquellos, que le gustaba negociar sucio y obtener billete por lo bajo a toda costa. Dada la reputación que tenía, yo me preguntaba para mis adentros, cómo habían podido contratar a una persona así. Recuerdo que luego lo nombraron como profesor del curso de razonamiento verbal, y para muestra un botón, puesto que nos pidió comprar un libro para estar al unísono con su mediocre enseñanza. Antes bien nos dijo que podía acceder a ellos y ponerlos en venta a un precio, incluso más de lo que realmente era su valor. Esto supuestamente no lo sabía nadie, ni la misma directora, aunque aquél decía que sí tenía conocimiento. Mas todo era mentira. Comprobé luego que dichos libros tenían el sello de la dirección del colegio, pero a esta sanguijuela le valía madre. La plata que recibía de todos se los metía directamente al bolsillo con la mayor frescura y descaro, haciéndonos creer lo contrario, como la mayoría de los peruanos, politiqueros, poseros de la televisión o congresistas de poca monta, que les gusta obtener el dinero fácil y mal habido, sin hacer nada.

- ¡Habla, tío "Cutra"! - lo jodíamos entre risas a veces cuando nos tocaba clases de educación física.
-¡Ya dejen carajo de hablar así! - nos decía eufórico, pero bien que se manejaba su buen rabo de paja.

   Aquel personaje siempre hizo de las suyas, era el arquetipo perfecto para quienes lo emulaban y pactaban con él; de aquellos que a hurtadillas hacían "bien" su trabajo, pues nunca lo pescaban con las manos en la masa. Ya en vísperas de fin de año, nos enteramos que ya no venía al colegio, lo que despertó cierta curiosidad en todos nosotros. Pensábamos que lo habían botado a raíz de otro rumor que corría por los pabellones cuando afirmaron que tuvo una "encerrona" con uno de los estudiantes de su mismo sexo en el baño que, a decir verdad, emanaba cierto vaho de lujuria, orines y defecaciones.

    Sin embargo, no fue esa la causal de su misteriosa ausencia, pues comentaron que este condenado, hijo de la guayaba, se había tirado nada más y nada menos que la pensión de todos los estudiantes, suma que se calculaba los diez mil soles, lo cual era una cifra considerable de dinero en ese tiempo, y le venía por desgracia como un puntapié a las gónadas de los demás docentes que no pudieron recibir la "grati" a fin de año.
    El tío "Cutra" se había ido a la fuga, de forma clandestina. Nunca más lo volvimos a ver en lo que restaba del año escolar. No obstante, según algunos testigos presenciales, lo vieron por última vez por la novena de Pando, cerca a la jurisdicción donde quedaba el centro educativo. Pues dijeron que lo habían encontrado moribundo en medio de un pantanoso charco de sangre tirado en el suelo. Tras la llegada de la Policía y los peritos, nunca se supo si dieron con el paradero de los autores de tamaño crimen, mas sí nos quedó bien claro algo: "Lo que mal empieza, mal acaba". Al tío "Cutra" le habían dado vuelta. Asumimos por un ajuste de cuentas.

Michael Quevedo





La muerte del capitalismo

    Cuando tenía 20 años trabajaba de limpieza en uno de los clubes del sector empresarial de Camino Real. Siempre iba después de la universidad a madrugar. Comía mierda que nos dejaban y yo estaba encargado del segundo nivel donde tenía que mantener dos baños de hombre y mujer, el restaurante, un vestíbulo alfombrado, cuartos de reunión y de negocio y un sector de oficinistas. Era cansado pero terminaba para colarme en la cocina y comerme postres que quedaban. A veces lo hallaba a Ñulfo, el que limpiaba la cocina de chef y nos pelábamos unos vinos hasta quedar bien sazonados. Me hacía el loco y volvía a unos muebles donde no había cámaras a conversar con Raúl, el que limpiaba el cuarto nivel. Me contaba sus aventuras con kines y travestis hasta que llegaba la mañana y me bañaba con jabón liquido.

    En la madrugada el club era desierto pero varias noches empresarios como los Brescia y los Benavides,  se quedaban con políticos a libar whisky con acompañantes colombianas a las que les daban curso en los salones privados de reuniones y yo me hacía el loco regresando a mi cubil de limpieza a conversar con Lucía, una ayacuchana joven que se encargaba de la lavandería. Ella escuchaba los gemidos de las hembras. Duro duro me vengo me vengo así rico, papi y nos reíamos mientras le miraba las piernotas que tenía y le decía en son de broma cuáles son tus palabras. Ella me miraba fijamente.

    Una noche el Dr. Brescia y Forsythe me vieron pasar pues limpiaba la alfombra de manchas y como preguntándome qué hace un blanquito limpiando pisos me invitaron a chupar vodka con ellos. Eran dos empresarios con cuatro colombianas. Uno de ellos me preguntó si estudiaba y yo le decía que Sociología en San Marcos. ¿No serás terrorista no? cagándose de risa y metiéndole la mano a una de las colombianas me volvió a preguntar. Odio a la izquierda les respondí, lo cual era verdad. "Me gusta este muchacho, te voy a ascender a mozo", me decían. Les escuchaba borrachos sus estafas cómo controlaban políticos y cómo pensaban de los serranos y los chunchos de la Amazonia. Yo chupaba mi trago y le hacía ojitos a una de las colombianas que me decía no con la cabeza. Ellas sacaban sus líneas de sus pechos y jalaban. Lucia, que dejaba toallas en los privados, me miraba y molesta me desaprobaba con la cabeza.

    Una madrugada no había nadie en mi nivel así que me quedé en mi cubil de limpieza a fumarme un fallo cuando Lucia irrumpió en la estancia y cansada me pidió un fallo; conversamos de la explotación y ella como resentida decía qué les verán a esas colombianas. Yo advirtiendo que podía jugar con su mente, le dije: “Son más calientes seguro”. Más que las cholas no creo; solo fingen con esos viejos por dinero. Rabiosa se le chispó una ceniza ardiendo en el tobillo derecho que le quemó y gritó. Yo amigable le sobé el tobillo y luego como mintiendo que mi mano no siente le besé el tobillo y subí hacia la rodilla. Ella se sonrojó y dibujando una sonrisa maliciosa me dio un patadón y me ordenó que la siguiera. Fuimos hacia los privados donde no había cámaras y al entrar se subió la falda y se tendió en el sofá, le besé las rodillas mientras le tocaba los pezones y ella respiraba más rápido. Le besé la barriguita, el cuello y las orejas y sentí sus manos en mi pantalón hurgando mi animal. Mientras abría la boca y se saboreaba mi fierro ya quería hacerla volar. Le arranqué el forro y cuando le iba a dar la primera acometida se escapó y se echó sobre la mesa de negociaciones como si fuera un platillo. Yo en son de burla, le dije: “Vamos a hacerlo en la mesa del capitalismo”. Ella se sonrió y luego severa me sacó la ropa, me dio sus pechazos rosaditos y le asesté mi animal y cerrando los ojos me gritó más más más más me voy a correr y sus caderas ya no esperaban, se contoneaban. Se lo hice en todas las posiciones jugando con su mente y me pedía que le pegara. Un par de nalgaditas y se acabó. Como estaba sin condón, al venirme me vacié en una cesta de basura que yo mismo recogía y ella furiosa me arañó: “Dónde está mi leche”.

    Se sintieron pasos en el corredor. Nos vestimos rápidamente y ella desapareció fuera del lugar. Sin oír nada salí hacia los vestidores, me bañé, me vestí y como un ladrón me escurrí de ahí. Ella estaba en la avenida esperando y con ojitos enamorados me pidió que nos volviéramos a ver. Me besó en la boca y se fue. Luego me enteré de que era la mujer del supervisor. Igual estaba loca, ya empezaban las tomas universitarias, renuncié y nunca más la volví a ver. Matamos el capitalismo esa madrugada.


Ronald Torres